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Tercer aniversario Lorca


TRES AÑOS EN EL LORCA

Fernando Vázquez

Ocurrió el sábado 28 de Octubre. Llegué al Centro Cultural Lorca por motivo de la celebración de su tercer aniversario. El lugar seguía tan elegante y clásico como siempre: su color morado que resalta de entre todo ese conglomerado de casas blancas y la bandera mexicana ondeando de un lado al otro al compás del viento. Lo hermoso era, claro, el recibimiento de las pequeñas plantas que se esfuerzan por crecer un poco más y que guían al peatón próximo a las puertas. Las personas entran y allí encuentran todo un lugar lleno de libros y un olor a café, esa noche no fue la excepción. La fiesta lo hace la mezcla era el título de aquel evento, entre paréntesis rezaba: noche bohemia. Bohemia, claro, por aquella luz que se forma de un foco amarillo, una luz cálida que obliga a sentirse soñado. Bohemia también por aquel fresco aire que se abría paso por entre las personas y agitaba, con un eco sordo, las plantas. Noche de abrazos y vino, y una música que empezaba a surgir. Las primeras palabras atrajeron a la gente, eran el agradecimiento y la invitación por esos tres años. Tres años que para quienes estábamos sentados habían pasado tan rápido, que parecía ayer cuando el Centro Cultural abría sus puertas: tan nuevo como siempre, tan vivo como ahora. Nació de un silencio la música: De la hoja al vuelo fue el grupo invitado. En sus letras se combina esta rica y sutil experiencia de la lengua maya. Aun cuando uno ignoré el secreto de estas palabras, se puede advertir un ritmo circular, casi un vaivén. Hecho de pandereta, bajo, guitarras y canto De la hoja al vuelo acerca al espectador a esa tradición que vive y perdura, a pesar del tiempo, en estas tierras. Y mientras el público observaba, del lado contrario nacía un olor de cebolla, tomate y carne asada. Después de tres canciones se dio espacio a la literatura con un texto de Girondo. El primero en pasar fue Diego Torres, quien sacó del bolsillo un celular y leyó tres poemas, uno de ellos sin nombre. Seguido de Diego pasé yo y me temblaban las piernas, para mí suerte el texto era breve. El micrófono lo tomó Manuel Mosca quien introdujo a Lolbé González y el cambio fue de verso a prosa, una prosa suave e imágenes que invitaban al pensamiento. Nidia Cuan fue la cuarta voz: una especie de música en el ritmo, un gran manejo de palabras. Entonces, después de aquel silencio, Yasmin Novelo retomó su cantar y guitarras y bajo no tardaron en sumarse. Con el crecer de la noche llegó la comida. Tacos acompañados de diferentes salsas, del agua al vino y del blanco al tinto; la gente seguía llegando. Entre los nuevos rostros estaban los demás invitados: Changos Perros y Malas impresiones quienes comenzaron a poblar las mesas con fanzines, stickers y demás. Gente iba y venía de un lado a otro, dejándose llevar por los cuadros de Omar Rosiles, por el olor a comida o bien, por la música. Similar a la vez anterior, después de un par de canciones se retomaron los textos. Manuel Mosca presentó a los siguientes lectores: María Dolores Almazán quien hizo una especial selección de textos, dando a los espectadores un repaso de la linda literatura. Entre cambio y cambio llegó David Anuar y con él, unos textos cortos pero fuertes que a más de uno robaron una risa. El micrófono pronto recibió a todos, personas apuntaban su nombre y esperaban escucharlo. Nuevos poemas, nuevas creaciones; textos que se abandonaban para hacerse presencia en esa noche, y un publico atento. La constante lejanía de la luna marcaba el paso de las horas. El frío se hizo más ligero y pequeños grupos de gente cohabitaba en los espacios de Lorca. Había quienes pasaban las yemas de sus dedos por los estantes intentando adivinar la trama de un libro o bien, quienes se sentaban en una banca a hablar de cosas que sólo ellos saben. Gente que caminaba sin rumbo alguno por entre los cuartos o subían las escaleras, quienes se abandonaban al frío de la calle con cigarro en mano y quienes, por la hora, comenzaban a despedirse. Y sin embargo, cuando el micrófono volvió a sonar, esta vez con la voz de Oswaldo Canul, volvimos todos. Oswaldo, con voz expresiva y textos inspirados en el trabajo de Rosiles, evocaba esta suerte de meditación y desahogo. Así pasó la noche. Quienes nos quedamos al final del evento, una vez que la mayoría se hubo alejado, pudimos volver a sentarnos al rededor del micrófono: un espacio más pequeño, una noche más obscura. Quienes por causa del tiempo no pudieron leer, leyeron ahora. Voces repetidas y nuevas, voces como la de David Bonilla, quien habló del pedo y de la reencarnación. Voces que hablaban de un panucho y otras, que con ello, se reían. Un espacio tranquilo y sereno (como la noche), voces también como la de Rulo a quién desde mi lado derecho, alguien, dibujaba. Manuel Mosca fue el último en hablar pero las últimas palabras fueron de Girondo, casual coincidencia. Un silencio entonces y dos o más suspiros. Los que quedábamos abandonamos las sillas y nos resguardamos en el cuarto continuo. Las despedidas finales se pronunciaban, yo también pronuncié las mías. De esa noche quedan ahora videos y recuerdos que pronto, quizá dentro de un año, volveremos a mirar por casualidad. Y entonces la fiesta, la noche, las luces estarán presentes como un eco distante en el mismo lugar.


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